segunda-feira, 24 de abril de 2006

del desig

Els llibres sempre ens parlen. El meu amic Y. m'ha enviat avui aquestes dues citacions que ha trobat llegint al Cercas:

«Como es sabido, Schopenhauer llamó voluntad a la esencia interior e indestructible del hombre. Se trata de una fuerza ciega y sin contenido, cuya esencia consiste en la pura repetición del apetecer: somos, para Schopenhauer, un insaciable e incansable querer, y por eso estamos inevitablemente abocados al sufrimiento, porque nuestra vida consiste en desear perpetua e incansablemente sin posibilidad alguna de ver satisfecho ese deseo, que es por definición inagotable, infinito. “El corazón quiere más, quiere en exceso”, resumen unos versos de Carles Riba, “y en el don recibido se degrada”. La solución ética que Schopenhauer propone en este sombrío panorama es la renuncia a la voluntad, que es una fuente inagotable de dolor; o dicho de otro modo: se trata de abolir todos los deseos hasta lograr la ataraxia. Por su lado, Nietzsche parte de los planteamientos de Schopenhauer (a quien no en vano consideró siempre su maestro) para, dando un giro radical, acabar oponiéndose a ellos. Porque si la solución de Schopenhauer pasa por la renunciar o la eliminación de la voluntad (suponiendo que tal cosa sea posible: porque ¿cómo renunciar a la voluntad si ésta es lo que define al hombre?), la propuesta de Nietzsche es precisamente la opuesta: la afirmación de la voluntad. Para Nietzsche, al culpabilizar la voluntad Schopenhauer estaba también culpabilizando la vida, puesto que voluntad y vida se identifican, al ser aquélla la esencia de ésta. Si para Schopenhauer el mundo es esencialmente dolor, para Nietzsche el mundo es esencialmente tragedia: por mucho que ello le cause sufrimiento, el hombre, según Nietzsche, no tiene más remedio que afirmar su voluntad de vivir; es decir, no tiene más remedio que afirmar su deseo, satisfacerlo una y otra y otra vez, aunque ello le conduzca a la desesperación o a la locura.»

«Por extraño que parezca, a menudo es más fácil querer a alguien cuando las cosas le van mal que cuando le van bien, porque la felicidad del otro nos priva del sucio placer de la compasión.»

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